Susana Narotzky y José
Antonio Millán nos proponen reflexionar sobre el uso del concepto "naturaleza" en el "mercado global". Así:
"El anunciante de los automóviles
Nissan, como el de muchos otros productos tecnológicos, apela al
mundo de lo natural para su mensaje. Los beneficios inmediatos de
esta opción son claros: el término de referencia
("bosques", "viento") va ligado a una
constelación de valores positivos --vida, oxígeno, frescor--
que precisamente replican a las connotaciones negativas del
producto anunciado, el coche, y, por simple contacto, las
empequeñece, las hace palidecer.
Pero contemplada con detalle, esta
publicidad supone --y al tiempo contribuye a construir-- una
determinada concepción del mundo, del mundo de lo dado,
lo "natural", y el mundo de lo fabricado. Veamos cómo.
En el anuncio, coches y árboles son
presentados como compartiendo el mismo medio físico, y
enfrentándose a parecidos problemas; por ejemplo el viento: los
dos tienen que resistir su violencia. (Que el árbol sea sujeto
pasivo de las ráfagas de aire, y el vehículo las provoque
penetrando velozmente en el fluido, es algo que parece no
importar). "Los árboles", dice la publicidad,
"son un brillante ejemplo de cómo vérselas efectivamente
con el viento. A diferencia de los objetos rígidos, ofrecen poca
resistencia al viento, y se adaptan a él".
La imagen que transmiten estas
palabras no es la de un universo dúctil de especies creciendo y
pereciendo en un medio cambiante, sino la de unos entes dados,
eternos, que se plantean y resuelven problemas concretos. La
ventaja indudable de esta visión es que establece un plano
común en el que se pueden comparar los logros naturales y los
artificiales: "La mayoría de los coches de hoy intentan
luchar contra el viento con la misma tranquila gracilidad",
prosigue el anuncio. La imagen inducida es la de una
Naturaleza diseñadora de objetos, colega de los fabricantes
humanos. Pero, evidentemente, no es una diseñadora cualquiera,
sino la mejor de las posibles. Que los seres naturales son
ejemplos óptimos en sus respectivas categorías es algo que
nadie pondría en duda: belleza, efectividad o gracilidad son los
términos que más comúnmente los describen. (El panda, el
paramecio o el triceratops al parecer no cuentan). Toda la
ideología que rodea al complejo tema de la evolución apunta,
bastante circularmente, en esa dirección: los resultados
evolutivos tienen que ser los mejores, puesto que son los que han
sobrevivido a la dura pugna con sus competidores.
La evolución, además, se considera
acabada: las especies actuales constituyen el término de un
proceso evolutivo, igual que el hombre aparece como término y
culminación de su proceso evolutivo (algunos dirían que de
todos). Se llega a concebir sin gran dificultad que ciertas
especies --mal adaptadas a su entorno actual-- desaparezcan
irremediablemente, pero imaginar la evolución
"natural" de una especie hacia otra es un ejercicio
poco frecuente. Esta parcela de los procesos biogenéticos parece
hoy asociada casi exclusivamente con su manipulación
"artificial" por parte del hombre y la creación de
nuevas especies no-naturales: productos (patentables) fruto del
ingenio y la técnica humanos..."
Siga leyendo el artículo que hemos seleccionado en Publicaciones de interés ( parte derecha del blog) y titulado "La
naturaleza como factoría Transformaciones
y poder de una metáfora contemporánea"
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