jueves, 28 de abril de 2011

Susana Narotzky y José Antonio Millán nos proponen reflexionar sobre el uso del concepto "naturaleza" en el "mercado global". Así:

"El anunciante de los automóviles Nissan, como el de muchos otros productos tecnológicos, apela al mundo de lo natural para su mensaje. Los beneficios inmediatos de esta opción son claros: el término de referencia ("bosques", "viento") va ligado a una constelación de valores positivos --vida, oxígeno, frescor-- que precisamente replican a las connotaciones negativas del producto anunciado, el coche, y, por simple contacto, las empequeñece, las hace palidecer.

Pero contemplada con detalle, esta publicidad supone --y al tiempo contribuye a construir-- una determinada concepción del mundo, del mundo de lo dado, lo "natural", y el mundo de lo fabricado. Veamos cómo.
En el anuncio, coches y árboles son presentados como compartiendo el mismo medio físico, y enfrentándose a parecidos problemas; por ejemplo el viento: los dos tienen que resistir su violencia. (Que el árbol sea sujeto pasivo de las ráfagas de aire, y el vehículo las provoque penetrando velozmente en el fluido, es algo que parece no importar). "Los árboles", dice la publicidad, "son un brillante ejemplo de cómo vérselas efectivamente con el viento. A diferencia de los objetos rígidos, ofrecen poca resistencia al viento, y se adaptan a él".

La imagen que transmiten estas palabras no es la de un universo dúctil de especies creciendo y pereciendo en un medio cambiante, sino la de unos entes dados, eternos, que se plantean y resuelven problemas concretos. La ventaja indudable de esta visión es que establece un plano común en el que se pueden comparar los logros naturales y los artificiales: "La mayoría de los coches de hoy intentan luchar contra el viento con la misma tranquila gracilidad", prosigue el anuncio. La imagen inducida es la de una Naturaleza diseñadora de objetos, colega de los fabricantes humanos. Pero, evidentemente, no es una diseñadora cualquiera, sino la mejor de las posibles. Que los seres naturales son ejemplos óptimos en sus respectivas categorías es algo que nadie pondría en duda: belleza, efectividad o gracilidad son los términos que más comúnmente los describen. (El panda, el paramecio o el triceratops al parecer no cuentan). Toda la ideología que rodea al complejo tema de la evolución apunta, bastante circularmente, en esa dirección: los resultados evolutivos tienen que ser los mejores, puesto que son los que han sobrevivido a la dura pugna con sus competidores.
La evolución, además, se considera acabada: las especies actuales constituyen el término de un proceso evolutivo, igual que el hombre aparece como término y culminación de su proceso evolutivo (algunos dirían que de todos). Se llega a concebir sin gran dificultad que ciertas especies --mal adaptadas a su entorno actual-- desaparezcan irremediablemente, pero imaginar la evolución "natural" de una especie hacia otra es un ejercicio poco frecuente. Esta parcela de los procesos biogenéticos parece hoy asociada casi exclusivamente con su manipulación "artificial" por parte del hombre y la creación de nuevas especies no-naturales: productos (patentables) fruto del ingenio y la técnica humanos..."

Siga leyendo el artículo que hemos  seleccionado en Publicaciones de interés ( parte derecha del blog) y titulado "La naturaleza como factoría Transformaciones y poder de una metáfora contemporánea"

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