martes, 5 de noviembre de 2013

Proponemos una reflexión escrita por Luis González Reyes aparecida en rebelion.org, que nos parece interesante.

Sinergias entre los bienes comunes y la sostenibilidad 

Hay varias definiciones de lo que es un bien común, aquí vamos a considerar como tal aquel que sea de acceso universal, de gestión democrática, cuyo uso se sostiene en el tiempo y que es de titularidad colectiva. También hay muchas definiciones de sostenibilidad. La que vamos a usar se basa en un listado de criterios que son básicos para el funcionamiento de los ecosistemas. Los ecosistemas son un modelo de sostenibilidad, pues han sido capaces de pervivir durante millones de años sobre el planeta evolucionando además hacia grados crecientes de complejidad. Vistos así, las luchas por los bienes comunes y por la sostenibilidad tienen muchas sinergias que apuntamos siguiendo el eje director de varios criterios de sostenibilidad.
 
Una sociedad sostenible cierra los ciclos de la materia, de manera que hace desaparecer el concepto de basura. Las sociedades agrarias anteriores a la Revolución Industrial fueron capaces de hacer este cierre de ciclos y, una de sus formas de gestión predilecta de la tierra, sobre todo antes del capitalismo, fue la comunitaria. Por otra parte, una sociedad en la que hubiese solo un derecho de uso y no de propiedad sobre muchos de los objetos (coches, cajas de herramientas, botellines) permitiría un cierre de ciclos mucho más sencillo, pues sería más fácil organizar la reutilización y la reparación.
 
Un segundo criterio de sostenibilidad es evitar el uso y liberación de contaminantes al entorno. Para ello es necesario desarrollar la ingeniería y la química verde. Para este desarrollo, los códigos abiertos, que facilitan la creación colectiva de conocimiento, es una estrategia mucho más eficiente que el control privado de la información. En otro sentido, mecanismos de toma de decisiones sobre qué proyectos productivos se llevan a cabo como los que funcionan alrededor del crowdfunding (financiación a través de donaciones colectivas) hacen mucho más difícil que vean la luz proyectos contaminantes. Lo hacen más difícil ya que integran los procesos de toma de decisión, financiación y uso de los productos.
 
La sostenibilidad implica una economía basada en lo local. Indudablemente este el es espacio donde mejor se mueve una gestión colectiva de los bienes, la pequeña escala. Una de las herramientas que se usan son los mercados sociales, cuyas experiencias muestran una integración sencilla entre criterios de justicia social, democracia y respeto medioambiental.
 
En el ámbito energético necesitamos basar en el sol nuestra obtención de energía y reducir drásticamente su uso. Cuando hablamos de medidas concretas en este sentido solemos referir el transporte colectivo electrificado, que podría ser un bien común. Además, las comunidades que se basan en economías solares y comunitarias son las que están defendiendo no utilizar los hidrocarburos que hay bajo su subsuelo (aunque no solo). Un ejemplo claro son muchas poblaciones indígenas.
 
Otro elemento fundamental es ser capaces de aprender el pasado y del contexto. En general, la gestión comunitaria de los bienes, que integra la gobernanza, la producción y el consumo facilita esta visión más integral de los procesos. Además, será necesario entender que en esa gobernanza también tendrán que tener cabida quienes no son capaces de argumentar (pueblos lejanos, generaciones futuras, otras especies). Esto es indudablemente complejo, pero lo es un poco menos si hay una práctica de la empatía, algo que emerge en la gestión comunitaria de bienes.
 
Una sociedad sostenible es aquella capaz de maximizar su diversidad interna y externa como la mejor respuesta a los desafíos que se le presenten. Si la sociedad gestiona comunitariamente los bienes, el criterio de “quien contamina repara” será mucho más sencillo de aplicar, pues será la propia comunidad la interesada en restaurar el daño. En este sentido no es extraño que las poblaciones que durante miles de años han gestionado de forma comunitaria sus recursos hayan sido las que mejor los han conservado.
 
Avanzar hacia la sostenibilidad significa también reducir la velocidad a la que nos desplazamos y producimos. Una de las experiencias en este sentido son las ciudades lentas, que incluyen en su seno muchas iniciativas, como grupos de trueque o de consumo, monedas locales sin interés o creación de cooperativas. Un hilo conductor de todas estas iniciativas es la gestión comunitaria de los bienes.
 
Otro criterio de sostenibilidad es potenciar la cooperación frente a la competencia, pues es esta primera la que ha estado detrás de los saltos evolutivos más importantes en la historia de la vida. Indudablemente, los bienes comunes encajan a la perfección con este criterio. Encajan porque en la gestión comunitaria la diferencia entre lo productivo y lo reproductivo se diluye, al ser ambos factores igualmente visibles para la satisfacción de las necesidades. Encajan porque quien apuesta por los bienes comunes es porque entiende las ventajas de compartir frente a competir y, además, obtiene gratificación con ello en forma de vínculos emocionales. Y encajan también porque una economía de los bienes comunes se basa en la reciprocidad y la reciprocidad crea más sociedad que la economía de la redistribución (más propia del Estado) y del intercambio (típica del mercado). Además de todo esto, un trabajo colectivo debe dar derechos de propiedad colectivos. Es decir, que genera más bienes comunes y ayuda con ello a la perpetuación del modelo.
 
El penúltimo criterio de sostenibilidad al que nos vamos a referir es el de autolimitación. Es decir, la necesidad de acoplarnos a los recursos disponibles dejando espacio al resto de especies con las que compartimos el planeta. En una economía de los bienes comunes esto surge de forma más sencilla, ya que es connatural a ella la renta máxima que limita el consumismo. Además, compartir los bienes facilita tener la seguridad emocional de que vas a tener cuando lo necesites lo que te haga falta, lo que hace más sencillo evitar la acumulación.
 
Finalmente, una característica de los ecosistemas que también podríamos adoptar como criterio de sostenibilidad es su capacidad de metamorfosis, de evolucionar. Pero estos cambios no se producen de forma individual, sino que se llevan a cabo en comunidad y cuando más interrelacionada esté la comunidad más rica y fructífera será esa metamorfosis, mayor será la capacidad de evolucionar. Por eso los bienes comunes también pueden ayudar en este sentido.
  


Los bienes comunes ambientales son los más complicados de gestionar 

Dentro de la definición que hemos dado de bienes comunes aparecen distintos tipos. En unas ocasiones su uso por unas personas no limita el uso por el resto, como es el caso del conocimiento o, hasta cierto punto, de algunos físicos (calles, redes de suministro, educación). Pero en otras ocasiones esto no ocurre, sino que los bienes son “rivales”, es decir, que el uso por una persona limita claramente su utilización por otras. Este es el caso de la mayoría de los bienes ambientales. Además, también cabría diferenciar entre bienes comunes locales y aquellos de ámbito más global (atmósfera, mares), pues su gestión será necesariamente distinta al serlo también las escalas.
 
En este sentido, los bienes comunes en los que más focalizamos la atención desde el movimiento ecologista son los que tienen una gestión más complicada, pues suelen ser rivales y/o tener una escala global. Vamos a apuntar brevemente algunas cuestiones relacionadas con la gestión de los bienes comunes globales.
 
En primer lugar el salto de escala es relevante. La gestión óptima en lo local no es necesariamente la más adecuada para lo global. Es más, puede ser contraproducente. Por ejemplo, puede ser deseable la existencia de una autoridad superior si la comunidad local está causando daños que afecten al resto. Además, cuando más global es el bien, más variables influyen en su gobierno.
 
De este modo, es necesario pensar en cómo se gestionan estos bienes comunes. Ecologistas en Acción puede dar algunas pistas, ya que gestiona bienes comunes globales para nuestra escala (como el presupuesto estatal o la imagen pública). Esta gestión es confederal, de forma que la mayoría de las decisiones se toman en el ámbito local (sin que ello haya perjudicado, salvo en contadas excepciones, nuestra imagen común, sino todo lo contrario) pero hay también ámbitos de decisión confederales que se basan en asambleas de asambleas (de grupos, de federaciones, de áreas de trabajo) y que parten de la confianza y la cooperación mutuas (también salvo excepciones).
 
En todo caso es necesario relativizar las decisiones de ámbito global. En primer lugar porque, en muchas ocasiones la mejor gestión de lo global es la local, la gestión a pequeña escala coordinada con el resto, por lo que hay muchos elementos que, simplemente, no deberían gobernarse desde lo global. Es mejor porque suele ser más eficiente al tener que manejar un número menor de variables y estar más anclada en el terrero. Todo esto siempre que se funcione con parámetros democráticos. Pero la cuestión no es solo de parámetros democráticos, sino también de ser capaces de que desde lo local no se pierda la mirada global. Para ello es fundamental que los nodos locales tengan acceso a la información global y, además, contacto directo con el resto de nodos.
 
La segunda razón para limitar la importancia de la gestión global de bienes comunes es que el futuro próximo, fruto de la crisis energética en la que ya estamos, será un mundo mucho menos globalizado. En él la economía será más local y tendrá mucha menos capacidad de realizar grandes impactos ambientales. Desde esta perspectiva, volveremos a sociedades agrarias, aunque necesariamente distintas a las pretéritas. Estas sociedades, aunque fueron capaces de producir importantes impactos ambientales, lo hicieron en ámbito local, con mucha menos frecuencia y con menor virulencia que las sociedades industriales, ya que tuvieron una relación más armónica con el medio al tenerlo más integrado en sus vidas y porque tuvieron mucha menos energía a su alcance y con ello, menos poder destructivo.
Luis González Reyes es miembro de Ecologistas en Acción

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