Proponemos una reflexión escrita por Luis González Reyes aparecida en rebelion.org, que nos parece interesante.
Sinergias entre los bienes comunes y la sostenibilidad
Hay varias definiciones de lo que es un
bien común, aquí vamos a considerar como tal aquel que sea de acceso universal,
de gestión democrática, cuyo uso se sostiene en el tiempo y que es de
titularidad colectiva. También hay muchas definiciones de sostenibilidad. La
que vamos a usar se basa en un listado de criterios que son básicos para el
funcionamiento de los ecosistemas. Los ecosistemas son un modelo de
sostenibilidad, pues han sido capaces de pervivir durante millones de años
sobre el planeta evolucionando además hacia grados crecientes de complejidad.
Vistos así, las luchas por los bienes comunes y por la sostenibilidad tienen
muchas sinergias que apuntamos siguiendo el eje director de varios criterios de
sostenibilidad.
Una
sociedad sostenible cierra los ciclos de la materia, de manera que hace
desaparecer el concepto de basura. Las sociedades agrarias anteriores a la
Revolución Industrial fueron capaces de hacer este cierre de ciclos y, una de
sus formas de gestión predilecta de la tierra, sobre todo antes del
capitalismo, fue la comunitaria. Por otra parte, una sociedad en la que hubiese
solo un derecho de uso y no de propiedad sobre muchos de los objetos (coches,
cajas de herramientas, botellines) permitiría un cierre de ciclos mucho más
sencillo, pues sería más fácil organizar la reutilización y la reparación.
Un
segundo criterio de sostenibilidad es evitar el uso y liberación de
contaminantes al entorno. Para ello es necesario desarrollar la ingeniería y la
química verde. Para este desarrollo, los códigos abiertos, que facilitan la
creación colectiva de conocimiento, es una estrategia mucho más eficiente que
el control privado de la información. En otro sentido, mecanismos de toma de
decisiones sobre qué proyectos productivos se llevan a cabo como los que
funcionan alrededor del crowdfunding (financiación a través de
donaciones colectivas) hacen mucho más difícil que vean la luz proyectos
contaminantes. Lo hacen más difícil ya que integran los procesos de toma de
decisión, financiación y uso de los productos.
La
sostenibilidad implica una economía basada en lo local. Indudablemente este el
es espacio donde mejor se mueve una gestión colectiva de los bienes, la pequeña
escala. Una de las herramientas que se usan son los mercados sociales, cuyas
experiencias muestran una integración sencilla entre criterios de justicia
social, democracia y respeto medioambiental.
En
el ámbito energético necesitamos basar en el sol nuestra obtención de energía y
reducir drásticamente su uso. Cuando hablamos de medidas concretas en este
sentido solemos referir el transporte colectivo electrificado, que podría ser
un bien común. Además, las comunidades que se basan en economías solares y
comunitarias son las que están defendiendo no utilizar los hidrocarburos que
hay bajo su subsuelo (aunque no solo). Un ejemplo claro son muchas poblaciones
indígenas.
Otro elemento fundamental es ser capaces de aprender el pasado y
del contexto. En general, la gestión comunitaria de los bienes, que integra la
gobernanza, la producción y el consumo facilita esta visión más integral de los
procesos. Además, será necesario entender que en esa gobernanza también tendrán
que tener cabida quienes no son capaces de argumentar (pueblos lejanos,
generaciones futuras, otras especies). Esto es indudablemente complejo, pero lo
es un poco menos si hay una práctica de la empatía, algo que emerge en la
gestión comunitaria de bienes.
Una sociedad sostenible es aquella capaz de maximizar su
diversidad interna y externa como la mejor respuesta a los desafíos que se le
presenten. Si la sociedad gestiona comunitariamente los bienes, el criterio de
“quien contamina repara” será mucho más sencillo de aplicar, pues será la
propia comunidad la interesada en restaurar el daño. En este sentido no es
extraño que las poblaciones que durante miles de años han gestionado de forma
comunitaria sus recursos hayan sido las que mejor los han conservado.
Avanzar hacia la sostenibilidad significa también reducir la
velocidad a la que nos desplazamos y producimos. Una de las experiencias en
este sentido son las ciudades lentas, que incluyen en su seno muchas
iniciativas, como grupos de trueque o de consumo, monedas locales sin interés o
creación de cooperativas. Un hilo conductor de todas estas iniciativas es la
gestión comunitaria de los bienes.
Otro criterio de sostenibilidad es potenciar la cooperación frente
a la competencia, pues es esta primera la que ha estado detrás de los saltos
evolutivos más importantes en la historia de la vida. Indudablemente, los
bienes comunes encajan a la perfección con este criterio. Encajan porque en la
gestión comunitaria la diferencia entre lo productivo y lo reproductivo se
diluye, al ser ambos factores igualmente visibles para la satisfacción de las
necesidades. Encajan porque quien apuesta por los bienes comunes es porque
entiende las ventajas de compartir frente a competir y, además, obtiene
gratificación con ello en forma de vínculos emocionales. Y encajan también
porque una economía de los bienes comunes se basa en la reciprocidad y la
reciprocidad crea más sociedad que la economía de la redistribución (más propia
del Estado) y del intercambio (típica del mercado). Además de todo esto, un
trabajo colectivo debe dar derechos de propiedad colectivos. Es decir, que
genera más bienes comunes y ayuda con ello a la perpetuación del modelo.
El penúltimo criterio de sostenibilidad al que nos vamos a referir
es el de autolimitación. Es decir, la necesidad de acoplarnos a los recursos
disponibles dejando espacio al resto de especies con las que compartimos el
planeta. En una economía de los bienes comunes esto surge de forma más
sencilla, ya que es connatural a ella la renta máxima que limita el consumismo.
Además, compartir los bienes facilita tener la seguridad emocional de que vas a
tener cuando lo necesites lo que te haga falta, lo que hace más sencillo evitar
la acumulación.
Finalmente, una característica de los ecosistemas que también
podríamos adoptar como criterio de sostenibilidad es su capacidad de
metamorfosis, de evolucionar. Pero estos cambios no se producen de forma
individual, sino que se llevan a cabo en comunidad y cuando más
interrelacionada esté la comunidad más rica y fructífera será esa metamorfosis,
mayor será la capacidad de evolucionar. Por eso los bienes comunes también
pueden ayudar en este sentido.
Los bienes comunes ambientales son los más complicados de gestionar
Dentro de la definición que hemos dado
de bienes comunes aparecen distintos tipos. En unas ocasiones su uso por unas
personas no limita el uso por el resto, como es el caso del conocimiento o,
hasta cierto punto, de algunos físicos (calles, redes de suministro,
educación). Pero en otras ocasiones esto no ocurre, sino que los bienes son
“rivales”, es decir, que el uso por una persona limita claramente su
utilización por otras. Este es el caso de la mayoría de los bienes ambientales.
Además, también cabría diferenciar entre bienes comunes locales y aquellos de
ámbito más global (atmósfera, mares), pues su gestión será necesariamente
distinta al serlo también las escalas.
En este sentido, los bienes comunes en
los que más focalizamos la atención desde el movimiento ecologista son los que
tienen una gestión más complicada, pues suelen ser rivales y/o tener una escala
global. Vamos a apuntar brevemente algunas cuestiones relacionadas con la
gestión de los bienes comunes globales.
En primer lugar el salto de escala es
relevante. La gestión óptima en lo local no es necesariamente la más adecuada
para lo global. Es más, puede ser contraproducente. Por ejemplo, puede ser
deseable la existencia de una autoridad superior si la comunidad local está
causando daños que afecten al resto. Además, cuando más global es el bien, más
variables influyen en su gobierno.
De este modo, es necesario pensar en
cómo se gestionan estos bienes comunes. Ecologistas en Acción puede dar algunas
pistas, ya que gestiona bienes comunes globales para nuestra escala (como el
presupuesto estatal o la imagen pública). Esta gestión es confederal, de forma
que la mayoría de las decisiones se toman en el ámbito local (sin que ello haya
perjudicado, salvo en contadas excepciones, nuestra imagen común, sino todo lo
contrario) pero hay también ámbitos de decisión confederales que se basan en
asambleas de asambleas (de grupos, de federaciones, de áreas de trabajo) y que
parten de la confianza y la cooperación mutuas (también salvo excepciones).
En todo caso es necesario relativizar
las decisiones de ámbito global. En primer lugar porque, en muchas ocasiones la
mejor gestión de lo global es la local, la gestión a pequeña escala coordinada
con el resto, por lo que hay muchos elementos que, simplemente, no deberían
gobernarse desde lo global. Es mejor porque suele ser más eficiente al tener
que manejar un número menor de variables y estar más anclada en el terrero.
Todo esto siempre que se funcione con parámetros democráticos. Pero la cuestión
no es solo de parámetros democráticos, sino también de ser capaces de que desde
lo local no se pierda la mirada global. Para ello es fundamental que los nodos
locales tengan acceso a la información global y, además, contacto directo con
el resto de nodos.
La segunda razón para limitar la
importancia de la gestión global de bienes comunes es que el futuro próximo,
fruto de la crisis energética en la que ya estamos, será un mundo mucho menos
globalizado. En él la economía será más local y tendrá mucha menos capacidad de
realizar grandes impactos ambientales. Desde esta perspectiva, volveremos a
sociedades agrarias, aunque necesariamente distintas a las pretéritas. Estas
sociedades, aunque fueron capaces de producir importantes impactos ambientales,
lo hicieron en ámbito local, con mucha menos frecuencia y con menor virulencia
que las sociedades industriales, ya que tuvieron una relación más armónica con
el medio al tenerlo más integrado en sus vidas y porque tuvieron mucha menos
energía a su alcance y con ello, menos poder destructivo.
Luis González Reyes es miembro de Ecologistas en Acción
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