miércoles, 11 de abril de 2012

En este PN los canutos albergan una rica vegetación que caracteriza al PN. Iremos al Canuto de Puerto Oscuro cuya garganta supone el nacimiento de uno de los ríos emblemáticos de Cádiz: el Barbate. Una vez publicamos un artículo sobre la historia de Alcalá con motivo de un libro dedicado al Barbate...ahí va esta aportación y este resumen histórico que se hace:



El río Barbate nace de las albinas de la sierra del Aljibe en Alcalá de los Gazules. Sus aguas brotan, casi sin querer, del contacto de las tierras areniscas y arcillosas. Desde su cuna pantanosa, se encauzan y precipitan formando el cauce alto del río. Aquí, joven y jubiloso, entona sus más ruidosos cantos, rememorando la historia de un pueblo, heredero de una particular forma de entender, desde lo colectivo, su futuro. En la garganta de Puerto Oscuro supo de las primeras civilizaciones asentadas en sus orillas: notóa los primeros pobladores cuando, decenas de miles de años atrás, se acercaban a beber después de plasmar sus manifestaciones pictóricas, como las de la Cueva de la Cabeza, en los abrigos de este entorno. Observó desde su atalaya el paso de los primeros barcos fenicios rumbo a la clara Gades, así como a los señores de Tartessos.

Con el tiempo vería brotar, en las hoy tierras de Alcalá, el primer asentamiento urbano en torno a Lascuta, donde años más tarde encontrarían la primera inscripción latina en la península. Letras primeras que hablan de libertad: la de los siervos de Hasta, que la consiguen en un frío enero hace ahora casi dos mil doscientos años de manos de Lucio Emilio, representante de Roma. Tuvo que fragmentarse este Imperio para vivir jubiloso la
consolidación de una civilización que traería el primer renacimiento a Europa, siglos antes que el italiano. Observó la maduración de una cultura que, en sus primeros balbuceos, respondía heréticamente al trinitarismo teocrático del imperio bizantino, decantándose por el Islam que genuinamente y tras el retroceso godo permitió aflorar a Al-Andalus. El sabe mejor que nadie de la mentira histórica del 711; sabe que jamás hubo aquella cabalgada incansable desde los desiertos de Arabia hasta Poitiers. Escuchó, a través del susurro de
las aguas del Montero, que en el Pago del Rocinejo se implantaron sistemas de cultivos y de riego desconocidos hasta el momento; y que florecieron aquellas obras de ingeniería que molturaban el trigo con el impulso que los rodeznos imprimían a las piedras molineras. Vio nacer entonces, en el segundo tercio del primer milenio, a ingenios que luego se conocerían como molino de Calores, de San Francisco, Partiores, de la Pasá de Canto, de
Castro Arriba, de Castro Abajo, Acebuchal…y así hasta casi treinta. También siguió, desde esta altura que comparte con el Pico del Picacho, la construcción del castillo a manos de integristas del sur, oyendo la llamada del mohecín desde la mezquita que tras la conquista cristiana pasó a convertirse en Parroquia de San Jorge. Fue una época floreciente culturalmente en un marco civilizatorio sin parangón en la Europa de la época. Luego aparecieron los señores cristianos, la conversión del Barbate en río de frontera, y la imposición, otra vez, de un integrismo inquisitorial e intolerante pero a manos de los defensores de la cruz.

Pero para los hombres y mujeres de Alcalá las continuidades fueron más que las rupturas: en su día a día, las actividades forestales, agrícolas y ganaderas en unas fincas comunales permitían garantizarse el futuro. Fue en el siglo XVI, cuando oyó en palabras de un carbonero que se lavaba pacientemente en su orilla, que a partir de entonces las Ordenanzas Municipales garantizaban que ningún vecino usufructuaría más que otros, los recursos que eran de todos. Corría el año de 1528 y en ellas se regulaba el acceso a los pastos, montanera, leñas para los carbones, para la carpintería, curtidos para las pieles, etc. a los que se accedían de manera libre y gratuita. La única condición es que había que cumplir estas normas que con precisión regulaban, casi milimétricamente, su aprovechamiento para evitar que se esquilmaran o sobrexplotaran. Recuerda el Barbate, mientras abandona la finca de Hernán Martín, aquellos siglos de prosperidad, cuando los alcalaínos rozaban cada ciertos años todo el perímetro del término para protegerlo de los incendios de sus vecinos; o cuando, en verano, se prohibía llevar pedernales al monte… Años en los que no tenían que servir a nadie, sino que por ser hijos de aquellas tierras, eran todos dueños de su madre comunal… años en los que ser desterrado se valoraba como la peor condena en cuanto significaba rehusar de la condición de campesino y propietario… Luego mientras baja turbulento el Barbate hasta llegar a las salinas, rememora el drama del cambio radical
que se produjo. De la privatización brutal que ya en el XIX despojó de estos bienes a estas gentes. De 35.000 hectáreas públicas apenas quedaban en 1860, 12.000. El resto se vendió sin pudor a la nobleza terrateniente, a la burguesía vitivinícola jerezana o a la industrial malagueña. Señoritos que impondrán su ley y que desposeyeron a una población de unos recursos vitales para su supervivencia. Y los cochinos no tenían donde hozar, ni las ovejas, ni las vacas, ni las cabras donde pastar, ni el arado donde labrar, ni donde emplear el hacha en tierras propias de forma autónoma y sin sentirse siervo. Recuerda, también, cómo de la
alegría se pasó a la desesperación y a la pelea sin cuartel, intentando con ahínco recuperar tierras que antes fueron de sus padres y abuelos. En este contexto, evoca el viejo Barbate, a Riego y su paso por el pueblo henchido de ilusión, o las proclamas de Salvochea, clavadas en un portón en la Alameda, encendiendo las esperanzas de los alcalaínos despojados. Y la posterior organización anarquista que estructura la pelea para mejorar la vida de unos jornaleros hambrientos y sin mañana. Fue antes cuando escuchó el sonido del hacha y las colleras en el descorche. Y olió, por primera vez, la corcha recién sacada.


A su paso por la barriada del Prado, no deja de reconocer a algunos viejos luchadores que no cejan en su empeño. Rememora que en aquel pago se instalaba la Feria del ganado, medio siglo atrás, congregando para junio, a todo aquel ranchero que precisara vender o comprar algún ganado para la casa, o herramienta para la finca. También aquí se amarraban las cuadrillas para las corchas y para las siegas del trigo, que ya la de la cebá blanca estaba cumplida. En su discurrir por el cortijo del Barbate no deja de pensar en la Patrona del Pueblo la Virgen de los Santos, siempre soñada y amada por sus paisanos, sin distinción de ideologías o religiones. Que ya escuchó decir a un pastor que de religión no sabía nada, pero que a su Virgen ni tocarla, separando, con criterio, lo sagrado de lo religioso: que nada tiene que ver.


Antes de entrar en el pantano, que calma las aguas kilómetros arriba, donde antes criaba las castañuelas kilómetros abajo; antes de escuchar el quejío de unas tierras inundadas que se preciaban de ser las de mejor calidad del término, retrata, como si lo estuviera viendo, la estampa del presidente del ateneo libertario logrando que los carboneros desistieran de tomar Alcalá, fieles a las consignas sindicales. Era un escalofriante enero del treinta y tres, de tan doloroso recuerdo para la vecina Casas Viejas… Evoca con rabia los tambores de la falange, los requetés, los tiros en la nuca de inocentes enterrados en sus riberas. Las consecuencias de una sistemática represión franquista que aniquiló a lo más granado de los alcalaínos…que de nuevo tiñeron con su roja sangre, sus aguas limpias…

Cruza las campiñas de toros bravos…de furtivos, alcocileros, remontistas y ganaderos…  de espárragos, caracoles y tagarninas, de la sierra…” que Carlos Cano cantara, con cinco sabias guitarras, en un recinto municipal a principio de los ochenta… Y así, con el sonido de la autovía que cruza el Parque Natural de los Alcornocales del que forman parte estos territorios, entra en el pantano, cargado de las aguas y colores que trae el Álamo, el Rocinejo, el Montero… y llega a los llanos de Pagana que se reflejan bajo el espejo de sus aguas.

Dentro de su memoria de río y antes de abandonar Alcalá, rumbo a otros pueblos, observa la soledad de sus campos, despoblados de gentes y esponjados de venados, añorando a las miles de personas que cruzaron Sierra Morena o se fueron para siempre de sus riberas. Sin hacer caso a prohibiciones, seguirá calmando la sed de los inmigrantes que desde la otra orilla se acercan anhelando otro mañana…y, sin reparos, toma el camino saltando brillante por la presa, cargado de historia y soñando futuro.

Coca Pérez, A.(2008): Alcalá de los Gazules. En “Río Barbate”. A.Andaluza del Agua. Consejería de Medio Ambiente. Sevilla.
 

1 comentarios:

  1. Precioso. Me hubiera gustado leerlo antes de ir, aunque ahora tengo imágenes para ponerle a este texto.

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