Casi medio millar de gallegos aprovecharon el año pasado las ayudas para incorporarse al campo
Cuando Fray Luis de León escribió aquello de "qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido", en realidad estaba sucumbiendo a una moda de su época, el Renacimiento, cuando se aspiraba a la paz que se asociaba al mundo rural frente a la algarabía de las calles de las ciudades. No obstante, esa percepción, de la que tuvo gran parte de culpa el poeta romano Horacio, no se asentó con el tiempo. Por el contrario, durante el siglo XX se vivió el éxodo del rural a la ciudad, un fenómeno que en Galicia agravó el proceso de emigración a Europa desde la década de los cincuenta.
Aunque afirmar que el campo se ha quedado vacío resulta poco preciso –si bien los datos del Instituto Nacional de Estadística, que dan cuenta de alrededor de una treintena de aldeas abandonadas en la comunidad gallega cada año no parece desmentirlo en exceso–, resulta ilustrativo comprobar cómo han caído las aportaciones al PIB del sector primario, pasando de ejercer de principal motor y sostén de la economía hasta los años sesenta para conformarse ahora con una modesta aportación del 2,8%, un cambio de tendencia en el que tuvo que ver la incorporación de España a la entonces Comunidad Económica Europea.
No obstante, precisamente en los últimos años el rescate llega también desde instituciones europeas, que cofinancian ayudas destinadas a la incorporación de menores de 40 años al sector. Porque, además de que se queda sin gente, el rural tiene otro problema: el envejecimiento. Solo 34 ayuntamientos gallegos, casi todos en A Coruña y Pontevedra, tienen más jóvenes que mayores de 65 años. Gracias a esta medida el año pasado 441 personas de hasta 40 años se decidieron a rescatar los aperos de labranza. Y aunque en buena parte de los casos es una decisión impuesta por la jubilación de un familiar, no faltan otras razones, como una alternativa laboral en momentos de crisis.
Pero además existe otro grupo que no se puede englobar en ninguna de estas categorías porque lo que los mueve es la vocación. Esos "neorrurales" –algunos se definen así y a otros el adjetivo no acaba de gustarles– no están formados solo por descendientes de gallegos que vivían ya del campo, sino también por todo tipo de gente –no solo jóvenes– desencantada con la ciudad o la profesión que han elegido, y que abandonan a pesar de la crisis, e incluso urbanitas procedentes de grandes núcleos, como Madrid, que nunca habían pisado el campo. Todos ven en el mundo rural una alternativa vital, al margen de que tengan ayudas o no. De hecho, a la mayoría de estas personas les mueve cultivar sus productos. De nuevo, como decía Fray Luis: "Del monte en la ladera por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera de bella flor cubierto ya muestra en esperanza el fruto cierto".
Su propio huerto cultivan, por ejemplo, en la cooperativa ourensana Daiquí, aunque ahora que se dedican a la distribución tienen que contar con la ayuda de muchos huertos más. María José Morales y su marido, profesores en excedencia, son un ejemplo de ese regreso al origen. María José, hija de emigrantes, vivía en Euskadi, donde estudió Magisterio, y decidió volver al pueblo de su madre, en A Limia, ahora Reserva de la Biosfera. Primero intentaron compatibilizar su profesión con el campo, pero el gusto por el rural y "comer sano" les pudo, además de una implicación personal en la lucha contra la parcelaria y a favor de la agricultura ecológica, "que era fácil, porque es como la tradicional, a la que no le gustaba el uso de productos químicos", afirma. Pero María José no aconseja esta opción a todo el mundo: "En la gran ciudad tienes todo al alcance de la mano, aunque yo no lo echo de menos porque me compensa", explica. "Estoy en casa cuando quiero y me marco yo los horarios. No tengo que separar el trabajo de mi familia. Soy una privilegiada", subraya.
De Madrid llegaron Jorge Rico y Rocío, quienes, junto a Javier Lozano, pusieron en marcha la cooperativa Como Cabras en Castro Caldelas para producir queso. Rico reconoce que eran "urbanitas", pero que "despreciaban la vida de ciudad". Ejemplos como los de ellos hay muchos y se transforman en cooperativas y casas rurales, o en experiencias como la de Milhulloa, en Palas de Rei, donde licenciadas en Biología y Farmacia cultivan desde hace una década plantas aromáticas y medicinales. Más novatos son Luis Fontenla –filólogo– y Sabela Facal –que trabajaba de dependienta en una tienda–, quienes en 2007 se aventuraron en lo más profundo del Courel –donde ellos mismos rehabilitaron una casa que ahora comparten con su bebé– para rescatar bajo el nombre "O Sequeiro da Portela" los "soutos" y la cultura del "sequeiro" tradicional para elaborar harina a partir de castañas.
Todos ellos, como cantaba Fray Luis, traen la "esperanza" para el rural a través de sus huertos. Y aunque algunos vecinos de toda la vida pueden mirar a los recién llegados "con recelo al principio" –como reconoce Xurxo López, que gestiona una casa de turismo rural en Ourense–, "en general les gusta que venga gente al campo, aunque sea gente joven y muy diferente a ellos".De http://www.farodevigo.es/galicia/2011/07/03/esperanza-rural-gallego/559821.html
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