Así veo yo a Carlos Cano, en un lugar donde dos caminos,
cruzándose, forman cuatro brazos, orientados a los cuatro puntos cardinales.
Así colocado en medio del mundo, centro que el mundo oprime y hacia el mundo se
abre, el cantor oye las voces que vienen por los caminos, las escucha con
apasionada ansiedad porque con ellas es con lo que hará su propio canto.
Pregonero de una alcaldía que es la suya, pero también juglar sin amo,
compilador de todas las historias humanas conocidas y por conocer (lo ignorado
deja de serlo cuando comprendemos que está formado por conjunciones nuevas de
lo ya sabido), Carlos Cano tiene, no
obstante, el corazón abierto hacia el sur. Hacia el sur trágico y sufridor,
hacia el sur irónico que ríe de su propia resignación, hacia el sur amasado de
imaginación y sensualidad, hacia el sur que para no perder el alma rehúsa a ser
otra cosa que sur.
Entre los cantores para quienes la canción es compañía del
hombre, Carlos Cano es aquel que canta las historias que los propios hombres
son. Por eso sus poemas están cargados de gente, por eso su música es de
las voces de los cuatro caminos. La voz
de la guajira, de la mujer general, de Lucrecia, de la reina del blues, la voz de Jaume Sisa, de Rigoberta Menchú,
igual que las voces de los que no tienen nombre ni atributo, reunidas en el
drama cósmico que es la humanidad.
Cantor de la compasión y del sarcasmo, Carlos Cano tiene hoy,
delante de sí, un mundo que, mereciendo el sarcasmo, necesita la compasión. Con
el corazón vuelto hacia el sur, donde los dolores son mayores y las esperanzas
inmortales. Forma de ser. De Carlos Cano y de quien le admira.
JOSE SARAMAGO
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