domingo, 1 de mayo de 2011



Así veo yo a Carlos Cano, en un lugar donde dos caminos, cruzándose, forman cuatro brazos, orientados a los cuatro puntos cardinales. Así colocado en medio del mundo, centro que el mundo oprime y hacia el mundo se abre, el cantor oye las voces que vienen por los caminos, las escucha con apasionada ansiedad porque con ellas es con lo que hará su propio canto. Pregonero de una alcaldía que es la suya, pero también juglar sin amo, compilador de todas las historias humanas conocidas y por conocer (lo ignorado deja de serlo cuando comprendemos que está formado por conjunciones nuevas de lo ya sabido),  Carlos Cano tiene, no obstante, el corazón abierto hacia el sur. Hacia el sur trágico y sufridor, hacia el sur irónico que ríe de su propia resignación, hacia el sur amasado de imaginación y sensualidad, hacia el sur que para no perder el alma rehúsa a ser otra cosa que sur.
Entre los cantores para quienes la canción es compañía del hombre, Carlos Cano es aquel que canta las historias que los propios hombres son. Por eso sus poemas están cargados de gente, por eso su música es de las  voces de los cuatro caminos. La voz de la guajira, de la mujer general, de Lucrecia, de la reina del blues,  la voz de Jaume Sisa, de Rigoberta Menchú, igual que las voces de los que no tienen nombre ni atributo, reunidas en el drama cósmico que es la humanidad.
Cantor de la compasión y del sarcasmo, Carlos Cano tiene hoy, delante de sí, un mundo que, mereciendo el sarcasmo, necesita la compasión. Con el corazón vuelto hacia el sur, donde los dolores son mayores y las esperanzas inmortales. Forma de ser. De Carlos Cano y de quien le admira.

JOSE SARAMAGO

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