Hasta no hace mucho el Instituto de Ciencias Políticas de París (Science Po)
era para mi un nombre más en medio de un listado de centros
universitarios de prestigio. Una estudiante norteamericana despertó mi
curiosidad cuando me pidió una carta de referencia para solicitar su
ingreso en ese centro. Y la curiosidad se vio colmada cuando semanas
atrás supe por el Obituario de El País de la muerte de su
ex-rector, Richard Descoings. Un universitario controvertido por tomar
decisiones que, al día de hoy, son completamente opuestas al mantra
imperante en nuestro gobierno, empeñado en repetir una y otra vez dos
afirmaciones escasamente elaboradas: que el número de universidades
públicas está sobredimensionado y que el sistema debe orientarse a la
selección de los mejores. Pero ya sabemos que los “mejores” de cualquier
sociedad son siempre los mismos, los poseedores de un capital cultural
conseguido por herencia familiar y un capital social por su status.
Descoigns llevó a cabo la operación contraria a lo esperado: creó seis
nuevos campus repartidos por todo el país y abrió la Sciences Po a estudiantes procedentes de familias con escasos recursos económicos.
Tales decisiones van en la dirección opuesta a la que están tomando
nuestros responsables políticos, cada vez más desorientados en temas
universitarios. Después de los años transcurridos desde que el rector
Descoigns emprendiera estas reformas, la Science Po sigue siendo una institución igual de prestigiosa y, a la vez, más democrática.
El ministro José Ignacio Wert se encontraría en las antípodas del
pensamiento del desaparecido Richard Descoigns, convencido como está de
que el sistema universitario se encuentra sobredimensionado. Para
demostrarlo, toma como ejemplo a California, un estado similar a nuestro
país en tamaño y población. El procedimiento para establecer tal
comparación debe haberse basado en algo tan simple como acudir a
internet y contar el número de Campus que componen la red pública University of California
(UC). Quienes se hayan encargado de tan sofisticado recuento han
descuidado algunos detalles. A los diez de UC hay que añadir veintitrés
campus de la red pública California State University, cuya
especificidad frente a la primera es la de estar orientada a la
investigación aplicada y a la profesionalización. Por si fuera poco, la
educación superior en ese estado incluye 122 colegios universitarios (California Community Colleges),
los cuales imparten docencia equivalente al actual grado en Europa y se
encuentran conectados con las otras dos redes públicas estatales.
Si a estos sistemas públicos de educación superior le añadimos un
número muy importante de universidades privadas extendidas por toda
California, el señor ministro se encontraría en la necesidad de revisar
el mapa universitario español a la inversa. Pero esta no es la cuestión.
Las cosas comenzaron a cambiar en España cuando accedieron a la universidad nuevos sectores de población
Para que un sistema público educativo de cualquier nivel cumpla su
función ha de trabajar al menos en dos direcciones: la primera, dotar a
los estudiantes de las capacidades necesarias para afrontar la
diversidad de actividades del mundo profesional; la segunda, crear y
extender ciudadanía reduciendo a mínimos el número de excluidos
sociales. Al final ambas vías se encuentran y se dan sentido una a otra.
Es parte de la educación pública en un marco democrático ofrecer los
medios necesarios para el desarrollo humano. Pero si nos limitásemos a
afrontar el papel de la educación solo en esta dirección estaríamos ante
un sistema cercano a la beneficencia en la cual lo que se distribuye no
es dinero sino conocimiento. El sentido de la propuesta del rector
Descoigns va más allá: explotar ese capital cultural redistribuido de
forma que, quienes lo posean, no sólo aspiren a alcanzar nuevos peldaños
en la escala social sino a influir y liderar la sociedad en que viven.
España nos da una buena muestra de ello. Las cosas comenzaron a
cambiar cuando, en las décadas de los sesenta del siglo pasado,
accedieron a la universidad nuevos sectores de población. Personajes
relevantes para la Transición salieron del limitado espectro social y
político de entonces aprovechando unas pocas brechas abiertas en los
muros de una fortaleza que parecía inexpugnable y crearon nuevos grupos
decididos a liderar los cambios necesarios. El “país real” comenzaba a
desmontar al “país oficial” formado por una élite ensimismada alejada de
los problemas de la calle y de la realidad exterior.
Porque es necesaria tal regeneración la función de un sistema público
de educación no debe contentarse con cumplir su cuota de justicia
social ayudando a progresar a los “mejores” de las capas desfavorecidas,
como acto de desagravio y solidaridad con ellos, sino para crear nuevos
grupos críticos y de liderazgo que rompan el modelo reproductivo de
unas élites sumidas en la rutina.
Pero, la actitud del ministro de educación con los rectores de las
universidades públicas, en cuyos encuentros no caben ni ruegos ni
preguntas, nos hace entrever una política de más largo alcance, nada
proclive a favorecer la creación de grupos críticos capaces de competir
con los ya instaurados. Además de no coincidir con el espíritu del
desaparecido Descoign, la política educativa actual va en la dirección
radicalmente opuesta, aunque con el mismo afán contrarreformista con que
el gobierno de Aznar se aplicara en otros tiempos.
Juan Daniel Ramírez es catedrático de Psicología de la Comunicación en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.
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